Ella

Ella tiene en su espiroqueta lengua
todas y cada una de mis verdades;
Los domingos las deja al sol
como buena ama de casa al tender la semana,
mientras pasea la serpiente de su vanidad
por ese lago que el cielo le devuelve
al extenderse aroma libertino
desde sus pies romanceros del tiempo.

Ella tiene un conservatorio de miradas
buscando refugio en su espalda aterciopelada.

Cada vez que un candelabro apologiza crímenes,
en sus pestañas de espiral
se acunan los tiesos besos que nunca nos dimos.

Su lado oscuro es un hilo frío
con extremidades sutilmente manejables.
Sus piernas como un blanco túnel
conducen a un valle interior con ascendencia
a colinas sabor leche y espumadas en híbrida erupción.

Le amo tanto,
que diez segundos antes
de masticarle el último musculo de su sonrisa,
me expando en los restos de su cuerpo acaecido
hasta reventar mi histeria semental
ya sin un mísero destello de cordura humanizada.

Es tal el castigo que me provoca
su caprichoso estado de cínica ignorancia,
que de no saberle ciertamente feliz
y estúpidamente enamorada mental
le haría bostezar esos miedos libidinosos
que le acurrucan los tímidos recuerdos
de nosotros dos sin el uno, sin el otro,
pero siempre tomados por sombras lunares.

Si ella dejara de existirme
del afrancesado Jim aparecerían
revelaciones estigmatizadas en oro,
los turbios ríos donde se bañan
mis pesadillas lúdicamente emocionales
se tornarían la religión de lobos hambrientos.