Poema para el resto de los días…

El día empieza

a perder las fuerzas
para correr por la pared,
es mejor tatuar una luna en la ventana
que abrirle las puertas al testigo
venidero de nuestros días sin piedad.

Habría que volar, lejanías,
pero sobran muertos de pie
tirándose las sombras contra el aire.
Por más que se vuelvan humanos
los gnomos,
no sabrán mentir en la oscuridad.

Puede llover desde la raíz a la nube,
pueden tomar gusto a sal
las alas del árbol,
ellas van a fenecer de pena,
así como lo hizo el ángel
guardián de mi soledad.

Tengo tanto miedo del hoy
que al reloj le ate diez piedras
y hasta le puse un candado
con cerradura de pan
en una lombriz que no tenía
cuerpo, ni fin.

Crecer para el resto de los días
es como ir en un tren
que no tiene manos ni papel,
que no sube piernas
por no romper túneles de piel.
Crecer es un violín
que desprende silencios
hasta tocar los acordes del cielo
en una iglesia,
desierta de campanas.

Pase lo que pase
con el estoico y su estratagema,
al final el hombre se detiene
en los lenguajes de las cosas
a las que nunca les encontró nombre.
Uno termina vibrando a merced
del altar que se tiñe de esperanza.

La noche aprende a ser luz
una mañana cualquiera,
los libros tienen estrellas
usadas como alarmas para llorar.

Así es de tímido el camino del impío,
se deja llevar por un corazón de porcelana,
y aunque la canción no tenga poema por callar
he sido libre de fingir
que el resto de mis días ya fue escrito
aunque no estuvieren presente
ni mi mente, ni mi corazón…