La cereza del tiempo no responde
a la promiscua sirena de un gélido gemido.
Crucificados los cerebritos
dan el visto bueno a la pesquita
que en cubos de hielos
resulto apetecible a los tristes inquisidores.
La forma de escapar es básica en hipogeo floral,
pétalos que cínicamente bostezan adios.
De la calma en la unión premurosa
al sacrosanto del error de perderse en un después.
Suplicio negligente,
resulta el engranaje de mis memorias.
Lo artesanal, debería ser una sonrisa
y no la estatua de sal donde se cobija el corazón.
Dicen, que un latido es una llovizna
humedeciendo el recinto del cuerpo en toda su extensión.
Yo vivo internamente vencido,
no resisto la esclavitud del pensamiento,
de ahí que mutilo mi ombligo con blancos cadáveres.
y no la estatua de sal donde se cobija el corazón.
Dicen, que un latido es una llovizna
humedeciendo el recinto del cuerpo en toda su extensión.
Yo vivo internamente vencido,
no resisto la esclavitud del pensamiento,
de ahí que mutilo mi ombligo con blancos cadáveres.
Yo escribo necesariamente lo percibido,
lo que en otras deidades se rumoreaba maligno.
Mi miedo, es bendecirme en histrionismo vulgar,
mi delito, es abrir la boca para callar…
Lloraré sangre aunque no tuviere herida tu último pétalo.
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