Sé feliz,
niño tibio, corazón de anís.
Cada día te veo tropezar,
sin saber si irías
o si volvías de sonreír.
Tu mirada de eterna aflicción,
tu congoja tímida
balanceándose en pestañas
de luz y pan,
tu insurrecta gracia al saltar,
al intentar atrapar el sol con los dedos.
Son tus sueños,
tus ayeres despiertos
en manos encendidas en ilusión.
Con tus duendecitos azules
que no paran de traer
mariposas a tus pies.
Sé feliz,
hermoso niño interior,
en tu jaula hecha de mi corazón.
Supongo que una mañana
volverás a esto que llamo vida,
perdonaras mis cinismos,
mis muertes literarias,
mis estamentos para estar triste,
mi novelesca soledad.
Te extraño,
y me avergüenza
no poder ser sincero
ni ahora mismo que lloro
y mis lagrimas
no encuentran nuestro reino.
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