Irascible al historicismo romántico,
cuento nostalgias,
boca abajo.
En mi pecho oscurece
la abadía de Saint-Denis
y en mis húmedos huesos
todavía queda el hedor de Giotto
resquebrajando
el formalismo y el hieratismo románico.
Mi cuerpo,
lujurioso exponente del pecar,
debería ser excomulgado.
Libre para el desuso de esta alma rota,
mal follada y aún no genocida.
Mi mente
refugia misoginia.
Mis manos
gozan estigmas
de sacerdotes impíos.
A mi alrededor
todo es conformismo corporal.
Ya nadie le teme a la inmensidad.
Y yo, preso de incredulidad,
me horrorizo,
ante esa deidad humana
que sonríe desde el espejo...
Ese aire de superioridad
nos vuelve hasta inferiores
de nuestro propio reflejo...
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